La Reina Victoria fue una de las monarcas más influyentes y poderosas del siglo XIX e inclusive de toda la historia con su reinado de 63 años y 7 meses. Un reinado en donde ocurrió una serie de cambios sociales, políticos, culturales, científicos y militares, dando pie a la expansión del Imperio Británico.
A este periodo de cambios se le conoció como época, comenzando de manera oficial tras la coronación de la joven Victoria (20 de junio de 1837) y llegando a su fin con su fallecimiento en 1901 (82 años).
Asimismo, dentro de este periodo de cambios, la revolución industrial tuvo gran auge, gracias al desarrollo de tecnologías de producción a gran escala, sustituyendo el trabajo manual. Dentro de los citados cambios tecnológicos, tanto la joyería como la relojería obtuvieron grandes beneficios.
En el caso de la joyería, ha existido desde tiempos remotos, siendo un complemento indispensable al momento de completar cierto atuendo. No cabe duda de que embellecen y dan el toque de distinción a su portador. Representada como un símbolo de la feminidad (inclusive estatus social), su trascendencia se encuentra en resaltar la belleza natural.
La Reina Victoria no es la excepción, pues ella misma amó las joyas, siendo diseñadora y portadora de las mismas. Es gracias a sus preferencias que marcó tendencia en el diseño y comercio de la joyería en Londres a lo largo de su vida, sobre todo tras la muerte de su amado esposo Alberto (1861), al adoptar el luto hasta el final de sus días.
Es aquí donde el negro es introducido en la joyería, aunado a diseños discretos y austeros con un toque sombrío. Fue con la Reina que este tipo de joyería pasó de ser una herramienta práctica a convertirse en una joyería decorativa de estilo moderado, siendo lo antiguo revalorizado.
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